Entrevista y reseña de la Exposición
Sinfonía coral en resina y hormigón.
En el luminoso departamento y taller de María Soledad Chadwick que mira a la ciudad y a las montañas, asoman bocetos y dibujos de formas arbóreas coloridas que no son para nada árboles: corresponden a corales de diferentes mares y océanos. El taller también es generoso en plantillas y estructuras acabadas de estos corales recreados como volúmenes o cuerpos de resina con carga en gran formato, de casi 18 a 25 kilos de peso, y también dibujados en papel de color o diamante, donde la luz es elemento decisivo de su puesta en escena y su renacer. Las grandes e imponentes versiones escultóricas de corales son blancas, grises o de un sutil amarillo, y están perforadas con paciencia oriental durante largas horas de trabajo. A ratos parecen extraídas de un mar encantado y transparente. O, de los paisajes de un gigante Gulliver nacido en el país de los poetas.
Hay también maquetas, y medidas numéricas junto a restos de papel recortado y pequeños o finísimos trozos de corales auténticos, que lucen similares al encaje antiguo de nuestras abuelas, o a los del pintor holandés Vermeer. Y planos impecables con relieves en claro- oscuro y surcos que reflejan siempre sombras de follaje, más las curvas e incisiones de una importante escultura equivalente a un muro de hormigón de casi cinco metros de largo y más de dos de alto, en placas troqueladas que dejan pasar la luz. Una instalación mayor de formas y soporte plano, en un esfuerzo titánico y apuesta artística nada menor.
Todo este relato conforma apenas un esbozo del escenario previo a las obras hoy acabadas y exhibidas en la actual exposición “Huellas de un troquel en la naturaleza” que María Soledad Chadwick presenta durante octubre y comienzos de noviembre en Artespacio. Una recreación de estos corales marinos de grandes dimensiones, esculpidos y perforados con la misma creatividad del muro escultórico de hormigón que contiene a las formas y dialoga con ellas, interviniendo sin ambages el corazón y la arquitectura de la galería.
Entre pintura y “manos en la masa”.
Es su cuarta propuesta individual, y la artista no deja de sorprendernos en sus búsquedas. Magíster en Ingeniería y egresada del Magíster en Arte (U.de Chile), en 1990 se inició con pinturas que eran verdaderas odas a una naturaleza de ensueños. Árboles y caballos conversaban en silencio y soledad con uno que otro ser humano, en esa actitud ausente que deja un tiempo que se fue. Su entonces profesora Rebeca León escribía en el catálogo de“Reminiscencias”, óleos expuestos en La Fachada(1991):“Esta visión de la naturaleza es comparable al enigma de un lugar que estuvo y ya no está, de aquel que el progreso eliminó para la construcción o deconstrucción de la ciudad, como aquel rincón de La Dehesa que ya no existe más”. Una pintura de interiores, de orden, silencio armonía y también vacío, que la artista desarrolló con aplicación y método hasta los años 2000, cuando descubrió las formas haciendo cerámicas, e investigando la materia y sus diferentes texturas con la profesora Susana González de la misma universidad, en ejercicios que aún hoy conviven con las actuales obras en su taller.
Tanto la motivaron estas formas, que poco tiempo después del soporte plano y la cerámica, Soledad pasó a las ligas mayores. Eligió el hormigón, material favorito de escultores de renombre como el vasco Eduardo Chillida y el chileno Federico Assler. En ambos, el objetivo ha sido dominar las peculiaridades y propiedades físicas o maleables del material, y su relación con el espacio. Una vez elegido el hormigón como punto de partida, se interviene con procedimientos que van desde la tradición más artesanal a las prácticas industriales. En ambos casos se trata de una obra analítica al enfrentar el diálogo limpio y neto entre la materia y la maravilla de ese diálogo en todo su límite. En ese predicamento, Soledad Chadwick elaboró su segunda y temeraria escultura en el espacio abierto.
Un muro de tres paños o tres piezas emplazadas en la rotonda de la Ciudad Empresarial de Huechuraba (2006), donde las placas, cortes e incisiones equivalían a la huella, el vacío o las formas abiertas de la naturaleza. Muchas anónimas formas que representan sombras del follaje sobre muros de la ciudad, ventanas abiertas al infinito. “De los primeros hoyitos en la arcilla pasé a pequeños moldes de hormigón y me agiganté tanto que participé y sorpresivamente gané junto a otros 5 escultores, el concurso de Costanera Norte”, dice la artista. Había metido literalmente “las manos en la masa” luego de esmerarse con los pinceles. Y también de ahí no paró de investigar y dar sentido a la obra. Su escultura en el centro empresarial ocupa hasta hoy un lugar neurálgico en ese desafiante juego entre materia, forma, luz, armonía y paisaje. Por otra parte su obra ganadora del Concurso Costanera Norte, quedó emplazada al centro del puente Padre Letelier,(2003) pleno corazón del Parque de las Esculturas de Providencia situado en la ribera del río Mapocho. Hecho nada casual. Ambas obras fundacionales tuvieron que ver con las erosiones de la materia en el tiempo, y fueron el punto de partida en la futura investigación y las preocupaciones creativas de Soledad.
Fenómenos naturales, procesos del hombre y del tiempo.
Y es que la artista ya se había empecinado en la observación metódica de fenómenos como esas erosiones y desgastes, tanto de la naturaleza como de las arquitecturas del hombre. Siguiendo la huella de los agrietados y heridos muros de un entonces frágil y deteriorado Museo de Arte Contemporáneo, intervino metafóricamente ese mismo año el desgaste y la fisura natural del edificio, en su muestra “Arabescos” en el MAC (2003). Y lo hizo con un conjunto de instalaciones mezcla de fotografía y formas escultóricas modeladas en pasta de hormigón, realzando y poniendo en valor el lugar donde estuvieron o estaban las llagas de un Museo de Arte Contemporáneo con partes de su arquitectura a punto de sucumbir.
Realidad y propuesta de arte fusionadas. Y por qué no, una versión anticipada y perfectamente dialogante con la reciente exposición “Shibboleth” de la colombiana Doris Salcedo exhibida en la Tate Modern de Londres ( 2007- 2008). Si Salcedo abrió zanjas, y profundas hendiduras en lo que fuera el patio de las turbinas y hoy acceso al impactante edificio vecino al Támesis en un alarido frente a la segregación racial o a la discriminación, Chadwick había elaborado y producido obra- tres años antes- a partir del residuo, o de cierta agonía y descuido a veces convertido en letal olvido de un edificio patrimonial.
En el fondo arte, arquitectura; fenómenos naturales, sociales o del azar, vinculados a la memoria y unidos en un mismo lenguaje que en los últimos cinco años, amplió la mirada y el discurso de la artista chilena hacia a otros confines : la naturaleza, y el constante renacer y reinventarse de la materia junto al contraste casi místico entre los opuestos (lleno – vacío; ying – yang; efímero- perenne) y la huella o la memoria defendiéndose de un pasado de belleza, dignidad y esplendor. “En realidad mi primera erosión en “Arabescos” fue a partir de las propias grietas de la habitación del museo.” Con bloques de hormigón húmedo y pastoso, la artista reconstituyó la erosión de una roca del mar. Sacó molde a esa roca natural mil veces fotografiada, interviniendo y cubriendo con un paño de sutiles tramas el suelo completo de una de esas salas de la muestra. “En la obra la erosión del muro que era visible como simple deterioro, se re- inscribe como proceso natural. El trabajo está cruzado por la relación de contraste y correspondencia entre la estética de las formas y la gravedad de la materia”, escribió entonces el teórico de arte Sergio Rojas.
“Nací y me crié en medio de la naturaleza”.
Ese molde hoy aún se asemeja a los múltiples orificios y a las algas de las rocas llenas de misteriosas hendiduras y perforaciones similares a las de los balnearios de su infancia. ”Yo nací y me crié en medio de una naturaleza de campo y playa; de huiros y corales en largos veraneos familiares junto a un mar que, como la oración, responde siempre a muchas inesperadas preguntas. Soy una persona religiosa que ha aprendido en la oración el valor del silencio y del recogimiento, porque estoy convencida que hacer vacío y hacer silencio, es permitir que Dios se manifieste. Con la naturaleza me pasa algo similar pues de ahí vengo, sea en el campo o en el mar que conozco a fondo. Encontró y recogió especies marinas de varios océanos, fotografió diferentes intersticios en las playas de nuestro litoral. Y, recordando las piedras que antaño contenían la fuerza y el cauce del río Mapocho, nació su recreación armónica y exenta de cromatismo de una ausencia: la de esas piedras fluviales en medio de la ciudad, protectoras de su lecho natural, hoy reemplazadas por el progreso y por una flamante autopista urbana que cruza Santiago en tramos paralelos al río del mismo nombre. Ahí se gestó exposición “Mapocho, Erosiones en el tiempo” exhibida en Artespacio (2005). Una oda a la memoria en la añoranza de esas piedras instaladas por el hombre en el borde fluvial urbano para dominar sus aguas, controlar su desborde, y dar mayor estabilidad al cauce natural.
“Estas esculturas expresan comprensión de la constancia de las fuerzas de la naturaleza frente a lo efímero de la existencia y de la obra del hombre, en una búsqueda y feliz encuentro de los resultados con su idea original,”escribió entonces la artista, interpelando la intromisión de la modernidad en los ritos propios de la naturaleza.
Dispuestas como fragmentos y enmarcadas en superficies de acrílico, las obras reiteraban el motivo en un tramado de erosiones invisibles. Piedras que “ solo antes evidentes en períodos de extrema sequía, se impusieron a nuestra mirada con ocasión de la monumental obra de ingeniería que significó la intervención del río. Aparecían ahora como un registro del tiempo, con una sensual y ambigua desnudez causante de una intranquilizante empatía especialmente en el momento de su extracción y brutal amontonamiento en un fragmentario discurso,” escribió el artista y director del Museo de Arte Contemporáneo Francisco Brugnoli a propósito de esta muestra. De una u otra manera, estas “Erosiones” trabajadas como obra y como reflexión de alerta planetaria, quizás tuvieron eco y sincronía sin conocerse unas a otras, con 78 voluminosas esculturas de hormigón expuestas al medio de los campos y pastizales de Eichstätt en Alemania. Dispersas como meteoritos caídos del cielo o vestigios de una civilización extinguida, estas esculturas eran un verdadero memorial de la naturaleza. Ambos conjuntos aludían a la intervención del hombre en el curso natural de las cosas. “ Un alarido callado, pero elocuente y decidor alarido entre arte y civilización.
Diálogo con textura, color y opacidades de la materia.
Los actuales corales serenos, silenciosos pero también tamizados por el glorioso estallido del color del Caribe y la Polinesia, remiten a una constante en la obra de la artista: relatar la huella, el golpe y la ecuación de una naturaleza inocente pero siempre impetuosa y despierta, así pasen los años, las horas o los días. Los recrea en otra materia, la resina con carga, en una nueva textura de luces y opacidades en grandes superficies, junto a la colorida ilustración que plantean sus dibujos, también nacidos de la evocación del animal marino. En torno a ellos, el imponente muro de hormigón que los acompaña, retoma el juego de las formas y el paso de la luz similar a uno de sus trabajos que realizó como alumna de Eugenio Dittborn del magíster de arte el año 2000. “Siento que toda esta nueva investigación empezó a partir de ahí. Eugenio nos encargó una instalación en un espacio de una casa ubicada en la calle Fanor Velasco, y a mi me asignó el patio con árboles. Primero fotografié sombras – follajes en distintos muros de la ciudad – y proyecté estas sombras sobre los troncos. Luego tomé fotos de esos árboles intervenidos con las proyecciones, y los volví a proyectar sobre el muro vacío a un costado, formando como un continuo de luces y sombras, un camuflaje, donde proyección y realidad se mezclan como un juego en el ojo del espectador. Estas imágenes hoy las incluyo como motivo central en la incisión y el troquelado del muro de hormigón de mi exposición actual”.
En ella hay un relato consecuente con las texturas y opacidades originales de la materia, tamizadas por el color de los dibujos y la recreación de estos corales con técnicas mixtas y plantillas, recuperando así el silencio luminoso de las primeras obras de la artista. Esta vez la cautivó lo frágil y delicado de las formas, la materia y el trabajo paciente. Pero también pudo apelar a su oficio ingenieril, al tramar con aplicación cada surco o zonas de luz y sombra a sus corales, enfrentados a la potente presencia del muro. Para la autora, esta exposición “nace del asombro frente a ciertos fenómenos naturales. Por un lado tenemos las sombras que produce el follaje sobre los muros de hormigón; llenos y vacíos en un paisaje urbano que nos habla de la luz y del paso de las horas durante el día. El trabajo del troquel amarra el resto de la exposición a formas orgánicas, corales, que sacados de su contexto natural – el mar- nos hablan de ese movimiento permanente que golpea en forma silenciosa a sus habitantes marinos quedando estos a veces reducidos sólo a sus estructuras más primitivas. La luz es un elemento importante de su puesta en escena y vuelta a la vida”.
En el fondo lo que aquí hace Soledad Chadwick es trabajar sobre el mismo tema ampliando la investigación de sus obras anteriores, y sus propias obsesiones y motivos. Pero esta vez se traslada a nuevos soportes, utilizando recursos pictóricos junto a la ocupación arquitectónica de la galería. A eso suma el estallido poético del color y la recreación escultórica de las microalgas marinas enfrentadas al muro troquelado con un refinamiento que traspasa luces y sombras, reencantando las formas y las materias de la naturaleza. Y, convirtiéndolas en una polifónica y no menos placentera e inquietante sinfonía coral en resina y hormigón.
Luisa Ulibarri L.
Agosto de 2008
(Haga clic en la imagen para ver en detalle)
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Gracias al hermoso montaje, un unitario conjunto de pinturas y esculturas de Soledad Chadwick se las arregla para convertir la planta baja de Galería Artespacio en una virtual instalación. Una vez mas, la naturaleza proporciona a la autora un tema bien preciso. Así, de coral marino emprende variaciones tanto pictóricas como de una volumétrica particular.
Seis relieves dobles en resina cargada y otro simple en yeso rescatan, pues, la figura natural con su delicada trama reticular, con sus texturas con esas coloraciones apagadas de amarillento, gris y blanco. El mismo tema se vierte luego, a través de superficies pintadas con colores mas intensos y cuyas sombras cromáticas se proyecta, inadvertidas, sobre el soporte.
Por ultimo, un par de poderosos dípticos en hormigón despliegan, horadada, aquella imagen multiplicada. Vacíos semejantes juegan, a su vez, con la pintura de sis replicas sobre un
vidrio central.
Waldemar Sommer
Artes y Letras El Mercurio
Soledad Chadwick:
Huellas de un Toquel en la Naturaleza
Esta destacada escultora nacional, nos presenta lo más reciente de sus trabajos escultóricos y técnicas mixtas. En sus obras, destacan las formas orgánicas, la sutileza del manejo lumínico que delata el paso del tiempo y el regreso a la vida de corales marinos que emergen a la superficie.
Revista Zona (www.guiazona.cl)
Edicion Octubre 2008